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Textil

La emprendedora que llevó la conciencia social a la moda infantil
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El día que María Fernanda González Zeolla decidió que su empresa de indumentaria infantil Owoko, no se prestaría jamás a tener niños en sus campañas publicitarias –algo que iba en contra de la moda infantil en el mundo entero-, no tomó la decisión producto de una estrategia empresarial, o para diferenciarse de su competencia, lo hizo por dos razones: por ser mujer y por ser madre. 

Fernanda se había recibido en las primeras camadas de diseño de indumentaria en la Universidad de Buenos Aires. Y su primer trabajo fue en Alpargatas, una de las empresas de indumentaria más históricas de la Argentina. Estuvo allí siete años.  Sumó experiencia profesional, pero no la pasaba del todo bien. “Era una empresa con mayoría de hombres, sobre todo en los cargos directivos”, recuerda Fernanda, “y a veces por el sólo hecho de ser mujer, ni me escuchaban. Y menos aún, al no tener título de ingeniero”. 

En sus años diseñando indumentaria, le tocó vivir en carne propia el padecimiento de los niños modelos de marcas de ropas infantiles.  Una vez, tuvo un quiebre y explotó. En un desfile en el Fashion Week en Buenos Aires, estaba detrás de escena, al cuidado de los niños. Una chica entró en pánico y no quería salir, Los productores la presionaban para ir hacia la pasarela. Pero Fernanda los paró en seco: “No importa la presión y la expectativa”, les dijo. “Este chica así no sale a desfilar”. Y no salió. 

Cuando ya tenía su empresa Owoko en la calle, y cuando sus colecciones habían revolucionado el mercado de la moda infantil, le tocó pensar en su primera campaña publicitaria. Entonces tomó conciencia de algo: no iba a negociar los valores de su emprendimiento en pos de seguir la tendencia o multiplicar la facturación. "Maquillar a los niños para un aviso es como maquillar la infancia", le repetía a su marido y socio, Martín Boero, diseñador industrial. "Además, no quiero que nuestros clientes piensen que por ser rubio y de ojos celestes como los niños modelos, van a ser más felices o exitosos que el resto", se decía.  

Entonces elaboró su propio manifiesto de principios innegociables que, en breve se transformaría en viral.  Tuvo rebote entusiasta en Europa, México y Estados Unidos. Instituciones y escuelas lo usaron como material de debate en las aulas. Entre otras cosas, además de no emplear a niños modelos, por ejemplo, postulaba no regirse por modas: “Una prenda nuestra”, dice ella hoy, “puede durar 15 años y formar parte de la colección nueva. No me parece bien la propuesta de consumo que generan las marcas donde todos los años tenés que cambiar la ropa y tirarla porque ya no se usa. Buscamos desde Owoko generar conciencia del consumo. Es algo anti comercial, lo sé, pero para nosotros, el  mejor cliente es el que tiene una prenda y lo usan los hijos, los primos y la siguen pasando. Y no el que va y compra la nueva colección todos los años. Parece contraproducente para las ventas de una marca. Pero a nosotros nos llena de orgullo”.

A pesar de trabajar en un rubro con mayoría de mujeres como la ropa infantil, de tanto en tanto, Fernanda lidia con proveedores o empresas que se rigen por viejos mandatos de un mundo donde los que deciden, piensan ellos, son siempre los hombres. “¿Sabés cómo me doy cuenta de la discriminación de género?” pregunta Fernanda. “Porque me preguntan si a la reunión de trabajo, no puede acompañarme mi marido. Parece como si fuera sola, tengo menos peso”.

A partir de un artículo publicado en la revista British Medical Journal, se empezó a dar nombre a las microagresiones de género en el mundo laboral. Desde “histereotipo” para designar al paradigma de que las mujeres son emotivas y serviciales y por ende no aptas para el liderazgo, hasta bropropiation, cuando un hombre se apropia de la idea de una mujer.

Tres años atrás, un estudio del BID INTAL dio cuenta de la desigualdad de género en el mundo de las áreas de ciencia y tecnología, dominado por hombres en la Argentina. Un escenario donde los episodios de micromachismo abundan desde la universidad. “A mí a veces me hacen hacer tareas de secretaria.  Y  si  era  la  única  mujer  del  equipo,  me  ponían  a  hacer  tareas  de  organización  de  eventos, de llamar al restaurante y hacer una reserva para el almuerzo; para mí era insoportable”, narró con indignación una tras vivir unxf micromachismo cotidiano.

Pero volvamos a la historia de Fernanda.  Toda su vida, la pasó haciendo ropa. Era la costurera de la familia. Cuando tocaba un cumpleaños, siempre la elegían a ella para que cosiera algo para primos, tíos, abuelos. Ya recibida y cansada de ser empleada de otros, le preguntaron si se animaba a diseñar sus propias prendas y llevarlas a una reconocida feria en Valencia, España. Pidió un préstamo –sólo producir esa ropa necesitaba 30 mil dólares-, confeccionó varios miles de prendas y sacó pasaje ida y vuelta. Viajó sola. Jugaba a contra reloj: la feria inauguraba en seis meses. Y ella debió, en ese lapso, concebir una colección, un estilo y hasta estrenar marca propia. Año 2004.

Cansada de ver ropa para niños en tonos pasteles, consideró que los chicos también merecían vestirse con la gama de colores de los adultos. Y que en lugar de dibujos pequeños de personajes pequeños, haría unos estampados potentes, rutilantes, coloridos. “Este era un proyecto que había presentado en grandes empresas del rubro”, cuenta Fernanda. “Y en todas me dijeron que no. Ahora quería hacerlo por mi cuenta”.

Y producto de esa revancha, y ese cansancio con el mercado infantil, nació Owoko. Unos seres de otro mundo que componen historias en libros que acompañan cada prenda. En cada temporada, las historias se renuevan por completo, como serie de televisión. 

Tuvo, de entrada, un momento de pánico. Mientras preparaba su stand en la Feria en Valencia, los colegas se acercaban a mirar sus prendas. Le decían con cierto desprecio que, con esos colores, ningún niño las compraría. “Son muy intensos esos tonos”, le advertían. “¿Quieres que los niños enloquezcan?” 

A un día de la inauguración, Fernanda estaba angustiada. Le dijo a su marido, vía telefónica que tal vez tendrían que pagar las deudas de semejante proyecto vendiendo el departamento.  “Si vendíamos 300 prendas, pagábamos las deudas”, recuerda. “Y si vendíamos 700, ya era un éxito”.

Un día más tarde, todo cambió. Esa mañana inaugural una periodista italiana de la prestigiosa revista de moda infantil Bambini, le hizo a Fernanda una larga entrevista maravillada por la audacia de su propuesta. Y con el empujón mediático y la novedad, en la feria vendió mucho más que 700 prendas: vendieron 3,500. 

Desde entonces, el éxito de Owoko siguió y siguió. Hoy tiene 43 locales en la Argentina, una red de multimarcas y su emprendimiento se posiciona entre las marcas de indumentaria infantil más vendidas del país. 

“Yo siento que la ventaja de ser mujer emprendedora es que le damos a la empresa una impronta más humana”, subraya Fernanda. “Las mujeres, en nuestra mayoría, tendemos a darle importancia a la vida personal de los que trabajan con nosotros. Para mí, los proveedores, los clientes y los que trabajan en nuestra empresa es como una familia”. 

El hilo conductor de su éxito, dice, es la pasión. “Cuando se tiene pasión, nada te frena. Los primeros años le dedicaba mi vida a Owoko. No lo sentía como un trabajo. Tengo tres hijos. Y cuando me iba a parir, llevaba al hospital la laptop para pensar diseños. En vez de mirar la tele, imaginaba nuevas colecciones. Hoy en día, cuando me voy de vacaciones, me llevo mi cuaderno de notas para seguir con lo mío”. 

A lo largo del tiempo, se formó su propia idea de la equidad de género en las empresas. 

“Las mujeres que entramos a competir en una empresa a la par de un hombre, estamos más exigidas. Lamentablemente, la maternidad se vive distinta a la paternidad.  Se suma a la carga laboral y parece que ahí existe una descompensación, y me cuesta pensar cómo equilibrarla. Dentro de una empresa debeés estar a la par de un hombre soltero o una madre sin hijos. Sin embargo, afuera no son todos iguales”, concluye Fernanda. “Desde que empecé a trabajar en Alpargatas, nunca me dejé amedrentar por ser mujer. Me planté, hice mi trabajo y nunca me tiré para atrás”. Hoy dice con orgullo que Owoko es una empresa 100% equitativa. 

 

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