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EMPRENDEDORES

Cuando sea grande, quiero ser emprendedor

Ser un verdadero emprendedor se hace y no se nace. Pero no todos son emprendedores, hay que saber distinguir.

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Lo curioso de la palabra “emprender” y su sujeto “emprendedor” es que generan dos reacciones bastante opuestas en las personas. Por una parte, muchas veces se abusa de la palabra, y se subraya todo como un emprendimiento, aun aquello que muchos vemos simplemente como un negocio o empresa “común y corriente”. Así una enorme cantidad de personas pasan a ser emprendedores, aunque no tengamos claro qué es lo que han hecho para obtener ese título, más allá de gestionar su negocio. Por otra parte,  en el otro extremo, se asocia al emprendedor –especialmente al exitoso– a una especie de raza divina, con atributos por encima del común de los mortales, inaccesibles para el resto de la humanidad, que los ha hecho inventar y llevar adelante ideas fabulosas y lograr cosas que nosotros, los que estamos en el conjunto de la media, nunca podremos lograr. Palabras reservadas y exclusivas para un grupo selecto, como Steve Jobs, Bill Gates, y pocos más.

Pero no en vano las escuelas de negocios han dedicado años y esfuerzo a estudiar el emprendimiento como un área específica, que sin duda tiene sus particularidades diferentes al resto de las asignaturas del management, pero que tampoco es exclusiva de unos pocos iluminados por la gracia divina. Porque si así fuera lamentablemente poco tendríamos para aprender de ellos. 

Muchos estudios y tinta han corrido intentando encontrar un patrón sicológico de los emprendedores, pretendiendo descubrir un perfil nato del emprendedor. Pero la realidad ha demostrado que los emprendedores tienen perfiles sicológicos totalmente diversos: introvertidos o histriónicos, agresivos o totalmente contemplativos, impulsivos o analíticos. Por lo tanto, la característica emprendedora no parece radicar en un perfil sicológico concreto, sino en algo más.

Dime lo que haces y te diré quién eres

Donde sí se ha encontrado un común denominador en los emprendedores es en su comportamiento, en la forma de hacer las cosas, en la actitud frente a los negocios. O como dice Joseph Schumpeter, uno de los padres del management moderno: “emprender no es una conquista solo de la inteligencia sino de la voluntad (….) un caso especial dentro del fenómeno de liderazgo”.  

Generalmente se encuentra en la actitud de los emprendedores una motivación o impulso inicial a emprender, que puede ser provocado por diversas razones: de índole profesional, personal, emocional, financiero, entre otras. Pero siempre hay un chispazo inicial que impulsa a salir de la zona de comodidad y hacer algo diferente a lo que se está haciendo: innovar, buscar gestionar de manera diferente, querer crecer exponencialmente, internacionalizarse, todas variantes de emprender. Pero eso no es suficiente. Se requieren además capacidades para que ese impulso inicial se traduzca en un proyecto, para pasar de la idea a la acción y sobre todo, no morir en el intento. La buena noticia es que esas capacidades se pueden adquirir y desarrollar: algunos tendrán más facilidad y gusto para ello, les será más natural por poseer un talento especial e innato. Mientras otros requerirán trabajarlo más, como cualquier músculo o destreza de la persona. Estas capacidades no son más que tener la actitud y la aptitud para llevar las cosas adelante, o dicho de otra manera tener la creatividad para ver cosas nuevas o hacerlas de manera diferente y la capacidad para ejecutarlas. 

Suena fácil, ¿no? Es verdad, el otro factor común a la mayoría de los emprendedores es una dosis espectacular y poco usual de creatividad, determinación y capacidad de comunicación. Elementos que sin duda son los que los hacen tan especiales, singulares, poco habituales y destacables. Pero que son propios del empeño con el que se paran frente a las situaciones, a la forma de encararlas y no son parte de un código genético. 

¿Y la suerte?

Cómo olvidarla, sin dudas que la suerte juega, y mucho, en estos casos. Pero el secreto del éxito es cómo los emprendedores sacan provecho de ella. En lugar de considerarlo un factor exógeno invariable, buscan y esperan el momento oportuno para llevar adelante su idea, están atentos a la brecha que queda entre lo esperado y la realidad para generar oportunidades, surfean la ola en el momento justo. Lejos de tener inclinación por el riesgo o de ser oportunistas, los emprendedores buscan las oportunidades y trabajan incansablemente para crearlas. O como dice el dicho popular, “La suerte pasa y golpea a la puerta. Algunos la estaban esperando ansiosamente. Otros la escuchan y la dejan pasar, mientras que otros se quejan del ruido que hace al golpear”. 

La destreza del equilibrio

Gran parte de la bibliografía de management describe al “emprendedor ideal” como alguien audaz pero responsable, líder pero humilde, con pasión y perseverancia pero no obstinado y miope a su idea, creativo pero organizado, planificador pero flexible… un genio del equilibrio. Pero acaso, ¿no es todo lo que un directivo debería de ser? Y por cierto, tan difícil de conseguir. 

Es que en los tiempos que corren, donde “todo va más rápido”, donde a las empresas se les exige permanente renovación para mantenerse y reinventarse cada cierto tiempo, ser emprendedor no es más ni menos que una destreza de las tantas que se le exige a los directivos como parte de sus habilidades necesarias. Cada directivo, debería ser un poco emprendedor, así como cada emprendedor debería ser un poco directivo para poder gestionar su emprendimiento, y usar cada sombrero según la etapa en la que se encuentre. Saber manejar el equilibrio entre el impulso de seguir construyendo y los cimientos que tenga ese impulso para que no se desmorone.

Este artículo ha sido escrito por Isabelle Chaquiriand, directora del Centro de Emprendimientos Deloitte del IEEM.

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